jueves, 8 de enero de 2009

La mujer que hacía fotocopias

Como le había dicho la mujer
que hacía fotocopias:
“Todo era cuestión de cómo se lo viera.”
Por ejemplo, podía ver
que habitaba
48 metros cuadrados
en un segundo piso
por escalera o…
que vivía entre árboles
a la altura de los pájaros.
Podía cargar
generaciones llenas
de mujeres bellas
pesando sobre sus hombros.
O cerrarles los ojos en la cara
y dejarlas lejanas como deben ser.
También podría ver con sus oídos
el llanto del niño
después de la pared
y comprobar que
la paciencia había muerto
con los abuelos.
Sin querer podía encontrar
que el terror
puede tomar forma
de vecina rozagante
de muebles pulidos con recelo
de marido que fuma a sus espaldas
y cuenta a las gentes de su picardía sin sal.

Si era cuestión de ver
podría elegir no ver más
al portero de enfrente
dejar que su figura se desmadeje
en un olvido fervoroso
u optar por la visión única del Rengo
que cuando se le preguntaba:
-¿Cómo anda? Contestaba:
-Bien. Y si no
lo hacemos bien.
Y luego quemaba
desde su dentadura postiza
una sonrisa real
hasta hacerla Gloria

Podía empezar a creer
para ver
el otro día
una historia biblíca
ocurrió ante sus ojos.
En la estación
a eso de las cuatro de la tarde
una hora decente si las hay
apenas un perro
con cuatro patas cortas
arrancó la carrera
en un vértice de la espiral infinita
contra él corría
el tren que aullaba
y las vías sin curva
contra él corría
la alegoría, la metáfora
la mística
contra él corrían
los hijos de la maldición
contra Goliat corría
con cuatro patas cortas
y lo vencía.

Todo eso había descubierto hablando
con la señora de las fotocopias.
Una mujer que de tanto hacer duplicados
anhelaba los originales.

1 comentario:

Nippur dijo...

muy muy bueno, me gustó mucho, y no solo este.

celebro descubrir tu blog.

saludos