sábado, 10 de enero de 2009

El título también se ignora

Cuando era niña
mi abuelo era sonriente y ciego,
en mi cuento mi mala
actuaba de madre
y pedía rescates de joyas impreciosas
¡Pero verdes!
iridiscentes, efervescentes
chispas flotantes y corriendo
como gatitos en el patio
que nos separa
con alambres de púa
de la locura de ser Fortunata.
Allí es donde se forman
las preguntas concretas
¿Qué me aleja de ese yo?
¿Moléculas? ¿Soles?
¿Un verano de nietos y abuelos
a siete mares de distancia?
¿O el pecado en la siesta?
No consigo recordar si
cuando iba por la terraza del tiempo
metiéndome en la noche podía
algo tan inmerso
como caminar bajo las estrellas
y no evaporarme.
¿Podía expandir el tiempo
que ahora encoge
como las medias?
¿Qué era de hacer la Beba
cuando algo encogía?
Primero, reír un rato
y como para darse el gusto,
al sol,
con su nariz roja
y siempre detrás de los ojos de agua.

Después… no sé.

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